Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1258
Legislatura: 1887-1888 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 16 de junio de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Silvela
Número y páginas del Diario de Sesiones: 141, 4255-4257
Tema: Historia de la crisis pasada y propósitos del nuevo Ministerio

No voy a volver sobre los incidentes promovidos por el Sr. Silvela acerca de mi tardanza en contestar al despacho telegráfico del capitán general de Castilla la Nueva. Tan pronto como tuve conocimiento de ese telegrama, contesté aunque no con la prisa que S.S. indica; el Sr. Ministro de Gracia y Justicia salió de Madrid por la noche; mi telegrama llegaba a Madrid al amanecer, y en el momento en que supe que esto podía ocasionar algún pequeño retraso, me valí de otro procedimiento, porque la cosa tampoco ofrecía la urgencia que el Sr. Silvela supone.

En último resultado, el capitán general de Madrid, a consecuencia del despacho del Sr. Ministro de la Guerra, había hecho dimisión, y no era indispensable contestarle inmediatamente, y mucho menos cuando el capitán general de Madrid conocía las atenciones perentorias que me retenían al lado de S. M. la Reina. Cuando llegó ese telegrama, estaba yo fuera de Barcelona.

Dadas las circunstancias en que nos encontrábamos, S. M. la Reina fuera de Madrid, dividido el Gobierno, bien merecía la pena que hubiera habido calma por parte de todo el mundo: no tengo la culpa de que no haya existido toda la que las circunstancias exigían.

Por consiguiente, de esto no tengo para qué dar más explicaciones, porque como tiene pedida la palabra el Sr. Cassola, que ha sido el Ministro de la Guerra, él le dirá lo que tenga por conveniente acerca de este punto.

En cuanto a la cuestión de las Ordenanzas, tiene razón S.S. al decir que yo debía haberlas estudiado; pero me parecía a mí que esa era misión más especial y propia del Sr. Ministro de la Guerra, con tanto [4255] más motivo cuanto que yo tenía otra porción de asuntos que resolver en aquellos momentos y no me dejaban tiempo para ocuparme de esta cuestión. De todas maneras, si S.S. declara que le parece que la opinión del capitán general de Castilla la Nueva es la correcta, porque es la que está conforme con la buena interpretación de las Ordenanzas, pero luego añade que la cuestión es dudosa, para evitar esas dudas y que el día de mañana pueda haber diversidad de opiniones, el Gobierno ha adoptado la resolución que parece debe tomarse en un caso semejante como la más prudente, que es, pedir dictamen a los más altos Cuerpos consultivos del Estado, para resolver la cuestión con el mayor número de datos posible. ¿Cómo se me puede hacer a mí un cargo por eso?

Pero, señores, ahora sacamos en consecuencia que los triunfos alcanzados en las provincias de Aragón, Cataluña y Valencia y en todas partes donde S. M. la Reina Regente tiene a bien presentarse, no son debidos a la política liberal, ni siquiera a las condiciones especiales de S. M. la Reina. (Denegación por parte de la minoría conservadora. Afirmación en la mayoría). ¿No? ¿Pues no ha dicho S.S. que a quien se debe todo esto es a la iniciativa del partido conservador? A la conducta del partido conservador, haciendo compatible la tradición histórica con el progreso de los pueblos modernos, dice S.S. que es a lo que se deben las ovaciones que S. M. la Reina Regente ha recibido en todas partes. ¿Quiere S.S. concederme un átomo siquiera de esa gloria que al partido conservador le atribuye? Pues conceda por lo menos que no hemos esterilizado esa gloria que el partido conservador ha alcanzado con su iniciativa, porque después de transcurrir mucho tiempo desde que el partido conservador estuvo en el poder, es precisamente cuando en gran escala ha habido esas manifestaciones; de manera que por lo menos hemos sabido conservar esa gran conquista que el partido conservador hizo. (Muy bien, muy bien).

Y añadía S.S.: ¿A qué se debe eso, sino al partido conservador? Pues no se debe nada al partido conservador, absolutamente nada; se debe, en primer lugar, a las condiciones, a las cualidades especiales de S. M. la Reina, que reconoce todo el mundo; se debe, en segundo lugar, a que, por lo menos la política del partido dominante no ha esterilizado estas condiciones, sino que las ha puesto más de relieve; y se debe también, como lo he declarado en otras ocasiones, al patriotismo, a la prudencia de todos los partidos y a la sensatez del país.

Pero ¿por qué se han podido manifestar ahora todas esas cualidades de la Reina Regente y de nuestro pueblo mejor que en otras ocasiones? Pues muy sencillo: porque el país apresa esta política del partido liberal, que a S.S. le parece tan mala, comparándola con la del partido conservador, que cree tan buena. Dice S.S. que aquí no hay más que una cosa: la libertad que damos para atacar a la Monarquía. Pues yo le pregunto a S.S. si cree de buena fe que hoy está más atacada la Monarquía que lo estaba en tiempo del partido conservador. (Aprobación).

Yo pregunto al Sr. Silvela si la Monarquía y la persona que la representa están hoy más queridos y más respetados que cuando S.S. estaba en el poder. (Muy bien). Y esto, que es evidente, se debe a que sus señorías tenían una política antipática al país y a la manera de ser de los pueblos modernos, y no se pueden sostener las teorías que SS. SS. querían realizar en el poder, dividiendo al país en castas y en partidos legales e ilegales y arrojando de la legalidad y hasta de la Monarquía a partidos que quizá hubieran venido a ella sin las exigencias, sin las restricciones y sin las violencias de SS. SS. (Muy bien, muy bien). Pues a esa política de violencias, de egoísmo y de injusticia ha seguido la política del partido liberal, de pacificación, de justicia, de atracción y de generosidad: y eso lo mismo en las colectividades que en los individuos, se agradece, o por lo menos se respeta.

Pues qué, ¿cree S.S. que puede consentirse que se denuncie un periódico porque diga que el Presidente del Consejo de Ministros es feo o es guapo? (Aplausos en la mayoría). Pues qué, ¿cree S.S. que puede ser una política simpática y propia para atraerse amigos y desarmar enemigos la manera de resolver las cuestiones más graves, tal y como resolvió el partido conservador la famosa cuestión de la Universidad? (Muy bien, muy bien. -El Sr. Pidal: ¡Después de lo de Ríotinto todavía tenéis valor de hablar así! ¿Hasta cuándo vais a estar abusando de nuestra paciencia? -Grandes rumores y protestas en la mayoría).

(El Sr. Presidente pone orden entre los Sres. Diputados y permite al Sr. Presidente del Consejo de Ministros que continúe con su discurso).

¡Ah! esa es la desgracia; que la política del partido conservador está personificada en el Sr. Pidal (Aplausos), y así irá ello con esa política, porque con ella ni se desarman enemigos ni se hacen amigos. El partido liberal no exige más que el cumplimiento de las leyes, y dentro de ellas todo ciudadano tiene toda la libertad que pueda gozar el ciudadano en el país más libre del mundo, sin más condición que la de respetar la ley, cualesquiera que sean sus ideales y sus aspiraciones. En eso únicamente, en eso funda el partido liberal su conducta y sus procedimientos, y no hay partido, por exagerado que sea, que tenga, no digo yo motivo, sino pretexto para quebrantar las leyes ni para separarse de ellas, desde el momento en que sabe que dentro de ellas puede moverse con entera libertad y realizar sus aspiraciones en lo que tengan de legítimas. (Asentimiento).

Pues entre esta política y la política del partido conservador hay esta diferencia: que mientras se siga la política conservadora, si no la modificáis radicalmente, cada vez tendrá más enemigos la Monarquía, y cada vez más dificultades que arrostrar, al paso que con la política del partido liberal tendrá más amigos y menos dificultades que vencer, como lo están demostrando los hechos. (Muy bien).

¿Es que cree S.S., es que cree el Sr. Silvela (le iba a confundir con el Sr. Pidal? (Risas. -El Sr. Pidal: No me ofendo por eso; lo que me ofendería sería que se me confundiera con S.S.). Me alegro mucho, y ya lo sé; lo que hay es que nunca puede confundírseme a mí con S.S.; puede estar completamente tranquilo. (El Sr. Pidal: Así lo espero). Pero después de todo, lo que yo necesito discutir con S.S. es qué hay que realizar para defender a la Monarquía, más de lo que lo hace este Gobierno; venga de parte de S.S. otro procedimiento mejor, y vemos a discutirlo; porque yo entiendo que la Monarquía, lejos de haber perdido en consideración y en respeto, no sólo dentro de la Nación española, sino ante las Naciones extranjeras, ha ganado mucho en respeto y en consideración, [4256] como lo ha ganado también el país. Por lo menos, puedo presentar este saldo en la cuenta de la política del partido liberal; no sé si SS. SS. habrían presentado eso mismo con la política del partido conservador, si el partido conservador hubiera llegado al poder en las circunstancias en que lo obtuvo el partido liberal.

Voy a la otra rectificación, que me parece es la última del Sr. Silvela, sobre la significación que puede tener este Ministerio en las cuestiones económicas.

Supone S.S. que este Ministerio, en la resolución que se ha dado a la crisis, significa el predominio de la escuela librecambista sobre la proteccionista, y que lo que se ha realizado es el triunfo de la política librecambista. ¿Es eso lo que ha dicho S.S.? (El Sr. Silvela hace signos afirmativos). Pues yo declaro de la manera más terminante, que no sólo este Gobierno no representa el libre cambio ni la protección, sino que el partido liberal no tiene ni la bandera del libre cambio ni la bandera de la protección. (Aprobación en la mayoría).

Aquí, Sres. Diputados, lo que hay es una cuestión de apreciación, pero independiente del libre cambio, independiente de la protección.

Cuestión arancelaria. Creen algunos que para resolver la cuestión agrícola sería conveniente levantar los aranceles de la altura que hoy tienen; creen otros que no es conveniente levantar los aranceles, y que dentro de la altura de los actuales se pueden hacer tales modificaciones y realizar tales reformas, que la agricultura mejor sin necesidad de un recargo arancelario. Ésta es, repito, una cuestión de apreciación. Por lo demás, Sres. Diputados, suponer que el que sostiene el tipo de gravamen de los aranceles actuales es librecambista, es demasiado hasta como suposición. ¡Pues vaya un libre cambio! Se trata, señores Diputados, del artículo primero, de la primera necesidad, y a este artículo nuestros aranceles le imponen hoy un derecho del 25 por 100 de su valor. ¿Es esto libre cambio? Eso no es libre cambio, ni aquí ni en ninguna parte.

Ahora, ¿conviene levantarlos? En mi opinión, no conviene. Y después de todo, yo pregunto: hasta ahora no se ha hecho nada por la agricultura, y ahora que empezamos a hacer algo, ¿hemos de empezar por aquello que aun los partidarios de la elevación de los aranceles suponen que debe ser el último de los remedios? ¿Pues a dónde iríamos a parar?

Éste es mi pensamiento, sin que esto tenga nada que ver con el libre cambio ni con la protección, porque yo declaro que ni soy librecambista ni proteccionista, y mucho menos en el gobierno. (Muy bien).

Yo me alegro de que el Sr. Silvela me haya dado la oportunidad de hacer esta aclaración, porque por lo visto, por mala inteligencia, o por mala expresión mía, se dio a mis palabras una interpretación inexacta. Yo no respondo realmente de las palabras que en medio de la improvisación pude pronunciar; porque, Sres. Diputados, llevo un mes de tal agitación física y moral, que yo mismo estoy admirado de que haya naturaleza que lo resista, y mucho más de que la mía lo haya resistido; y mi cuerpo y mi espíritu, aunque mi naturaleza haya resistido esta agitación, tienen un cansancio que no permite que yo domine la palabra con arreglo a mis deseos; pero aún así y todo, yo tengo la seguridad de no haber dicho nada que esté fuera de estas manifestaciones que acabo de hacer, porque no está dentro de mis principios ni de los estudios que he hecho de la materia.

Lo que yo quiero es impedir que con la subida de los aranceles, o por otros medios, se trate de evitar una crisis trayendo otra; ni más ni menos. ¿Es que mañana por guerras, por grandes catástrofes, por circunstancias especiales, se encuentra España en circunstancias extraordinarias? Entonces leyes especiales determinarán lo que haya de hacerse; pero a mí me parece que en tiempos normales, dada la regularidad de los elementos con que cuenta España, siquiera padezca España como los demás pueblos una crisis general, alterar los aranceles no es hoy bastante para dar a la agricultura aquella protección que necesita, si al mismo tiempo no se emplean otros procedimientos y otros medios, como nosotros estamos dispuestos a hacerlo, para lo cual cuento principalmente con el apoyo leal de todos mis amigos y con el auxilio de mis adversarios, porque ésta no es una cuestión de partido, sino que es una cuestión nacional. (Grandes aplausos que se repiten varias veces). [4257]



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